“Mi primera Semana Santa”
Recuerdo el primer año como el
descubrimiento a mi camino. Era mes de abril en la Iglesia San Francisco, el
incienso era el principal componente para una estación de penitencia llena de
sorpresas y de ilusiones. La luz atravesaba el portón de la Iglesia y un sol
radiante iluminaba la tarde de domingo, pero no era un domingo cualquiera sino,
un Domingo de Ramos.
El Compás de San Francisco esperaba
entusiasmado ver a su Señor del Huerto pasando por su arco radiante de emoción
y de esplendor. Eran las siete menos veinte cuando la plaza de San Francisco,
en silencio, con tan solo una voz, la voz del capataz, veía cómo el olivo del
paso del Señor orando, iba pasando por el arco del frontón de la Iglesia.
Mientras tanto se oía: `` ¡Menos paso quiero, los dos costeros a tierra por
igual!´´ Y a la salida el himno de España al compás de un solo de corneta.
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Yo, mientras tanto estaba dentro de la Iglesia esperando
mi turno de salida, porque tenía que salir acompañando a María Santísima de la Candelaria,
llorando, viendo a su Hijo sufriendo.-
El paso de Misterio alcanzó la calle
la Feria e iba buscando la calle Capitulares para poder ser visto en Carrera
Oficial. Nuestro Padre Jesús amarrado a la columna estaba saliendo tras una
nube de incienso y una lluvia de oraciones y súplicas. El esparto de las
zapatillas iba racheando y un hombre vestido de negro que al Señor lo guía y
lleva, iba respirando esperanza en una tarde cofrade y llena de azahares y de
lamentos de pecadores.
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Ya era cuestión de minutos, mi turno se acercaba y me iba
preparando, mi vara de esclavina estaba reluciente y la mano de mi hermana era
mi guía para todo el camino. A la salida, el sol, cegaba a todo penitente que
saliera de San Francisco. Y el Palio de María Santísima de la Candelaria, a
media altura iba saliendo poco a poco. Los bordados de la bambalina frontal
relucían como nunca y la marcha real retumbaba en todos los rincones de la
plaza.-
El Señor estaba ya en Carrera
Oficial, en el palco de presidencia, tomando el primer giro para irse
lentamente con su andar característico a la Santa Iglesia Catedral, callejeando
por la Córdoba histórica, por la que a veces nos perdemos porque no la
conocemos lo suficiente.
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Yo seguía con mi estación de penitencia subiendo por San
Fernando, viendo a la Dolorosa que tanto quiero, llevada por los costaleros que
andan pidiendo súplicas a su madre del Cielo.-
El Amarrado estaba en la calle
Claudio Marcelo a los sones de ``Jesús de las Penas´´, esa gran marcha que
emociona cuando se ve entre naranjos y piedras, en ese patio histórico, el
Patio de los Naranjos.
Los costaleros del Misterio, por la
estrecha calle de los Deanes, iban sintiendo el sufrimiento que llevó Jesús con
su cruz a cuestas. Los candelabros guardabrisas pasaban rozando los balcones de
la Judería. Y en uno de esos balcones que tanto molestaban, estaba el consuelo
de los costaleros; una saeta. La gente en la calle Cardenal Herrero se agolpó
para ver al Jesús que tanto reza e intercede por ellos.
Al pasar María Santísima de la
Candelaria la gente murmuraba: ``Este año está más guapa que nunca, parece que
las lágrimas las secan nuestras oraciones.´´
El Amarrado por Cardenal González
iba poco a poco acercándose a la calle que tanto le quiere, que tanto le espera
y que cada año le ve pasar por su asfalto; la calle de la Feria, una calle que
huele a azahar durante todo el año y que es cofrade en cualquier época.
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Yo seguía mi trayecto por el principio de Cardenal
González delante de la Virgen María, llevada por unos costaleros que en los
meses anteriores a la Semana Santa habían estado ensayando para que todas las
súplicas en las levantás fueran al Cielo donde el Señor las cumple y las hace
verdaderas.-
El Huerto iba llegando con su son a
la plaza de donde salió, la plaza de San Francisco. En ella esperaba mucha
gente al Señor de la Oración, que cada año lleva por Córdoba su encanto y su
alegría, desde hace casi cuatro siglos. Los pasos van cambiando a lo largo del
tiempo pero lo que nunca cambia son las Imágenes a las que mucha gente son
devotas.
La gente pasa, pero Jesús se queda y
desde el siglo XVII cuando unos agricultores decidieron crear una hermandad,
desde aquel momento muchas generaciones se han ido, pero sus descendientes han
seguido la tradición y eso, es lo que hace grande a una hermandad.
El olivo entraba ya en la plaza, los
primeros nazarenos ya habían entrado en el templo y esperaban emocionados para
ver la entrada del Señor al que habían acompañado en el recorrido. Todos
estaban en silencio, cuando eran ya las doce de la noche. El Señor en el Huerto
de los Olivos iba paseándose poco a poco al son de la marcha Oración, una
marcha hecha sólo para Él. El ángel encabezaba el paso que entraba poco a poco
en San Francisco, una Iglesia que estaba apagada y lo único que se veía
encendido eran las velas de los nazarenos allí presentes recibiéndolo en fila.
A la entrada estaba el paso de la
Hermandad de la Caridad que cada Jueves Santo, acompañado de la legión se pasea
por el barrio.
El paso del Huerto ya estaba dentro y los
nazarenos estaban emocionados, ya se había acabado, hasta el año siguiente no
le podían ver el rostro en su paso dorado y en su huerto de olivos con el ángel
a su delantera.
El Amarrado estaba ya entrando a la
plaza por el compás de San Francisco, al son de una marcha tranquila, una
marcha acorde con su sufrimiento, cuando le azotaron, cuando le humillaron,
cuando le crucificaron. El Señor ya estaba entrando con la cuadrilla joven de
costaleros, una cuadrilla compuesta por niños de entre diecisiete y veintisiete
años. Las potencias del Amarrado andaban rozando el arco de la Iglesia, pero al
fin había entrado, ya estaba en su casa donde se refugia todo el año y es
visitado por miles de fieles.
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Yo estaba cansado y deseando de terminar pero ya me
quedaba poco. Estaba subiendo la calle de San Fernando viendo cómo se movían
las bambalinas y los faldones de la Virgen con la marcha ``Amargura´´.-
Los últimos nazarenos estaban
entrando cansados en San Francisco eran seis horas las que llevaban andando.
María entraba en la plaza, pasando por el compás, en una maniobra muy difícil,
los costeros y las bambalinas no se debían mover para no romperlas, los
costaleros estaban andando despacio y sin mover la cintura.
Ya estaba dentro de la plaza, sólo
faltaban cuarenta metros para que el sueño de muchos cofrades se esfumara como
el incienso. Los costaleros andaban con paso largo hacia el arco, cuando llegaron
volvieron atrás en señal de que no querían que se acabase el sueño que tanto
habían deseado, otra vez parecía que iba a entrar pero retrocedieron. Esa fue
la última vez porque la siguiente ya entró. Mi hermandad, la Hermandad del
Huerto ya había paseado al Señor y a la Virgen por el barrio de la Judería y
por el centro.
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Como he dicho antes estaba cansado pero…
Ahora
que ya tengo 13 años me doy cuenta de que aquello que aquel día fue un suplicio
y un cansancio, se convierte hoy en ilusión y esperanza.
Ilusión y esperanza de que cada año
en esa fecha en Semana Santa las penas se conviertan en amor y la agonía se
hace paz y misericordia en mi vida. La angustia de mi soledad se hace dolor en
mi corazón pero cuando llega Semana Santa resucita mi perdón y mi calvario de
tristezas se esconde. Con la ayuda del dulce nombre de María y con el amparo de
Jesús hacen un cielo lleno de estrellas que me protegen con la ayuda de los
Ángeles.-
Este relato es sólo un día de una
Semana Santa, pero a mí me acompañan 8 estaciones de penitencia y en ellas muchas
experiencias muy diferentes.